Un tiempo que no podemos entender

En los últimos meses hemos visto cosas que jamás habríamos creído. Hemos visto al país que por primera vez plasmó en una constitución la separación de poderes elegir a un presidente que está intentando convertirse en un monarca absoluto, y hemos visto a gente defendiendo acciones y medidas que jamás querría para su propio país.

Trump y los mercados

Muy pocas veces en el ámbito de la Economía uno puede hacer predicciones con cierto grado de certidumbre. Una de ellas fue hace años, cuando aseguramos que el Brexit era una pésima idea económica, ya que ningún país puede sustituir una plena integración en un mercado único durante cuarenta años por un simple acuerdo de libre comercio. Otra la adelantamos hace pocas semanas, al comenzar el presidente de Estados Unidos su guerra arancelaria, cuando afirmamos que era un suicidio económico y que “si las instituciones no son capaces de imponer cordura a Trump, serán los mercados, hartos de la incertidumbre, los que se encarguen de hacerlo”. Eso es precisamente lo que acaba de ocurrir.

Es la incertidumbre, estúpido

El mejor resumen de la política comercial de Trump lo hizo en la red X el economista Justin Wolfers: “Los aranceles van a ser activados/desactivados/pausados, y serán selectivos/universales, se aplicarán a nuestros aliados/enemigos/todos, con carácter inmediato/pronto/más adelante. Se mantendrán a corto/largo plazo porque son una política útil/herramienta de presión, y resolverán nuestro problema con el fentanilo/ el déficit comercial/la producción/los ingresos”. Es decir, un auténtico caos.

La UE suelta lastre regulatorio

La Comisión Europea presentó el miércoles 26 de enero un esperado paquete de simplificación legislativa, en un nuevo intento de desarrollar las recomendaciones el Informe Draghi.

Las medidas se centran en reducir los complejos requisitos que obligan a las empresas europeas a elaborar y presentar información detallada sobre la sostenibilidad (es decir, la consideración de factores medioambientales, sociales y de buen gobierno) de su actividad empresarial, en ámbitos como sus decisiones de inversión (finanzas sostenibles); la clasificación de sus actividades económicas (taxonomía); el control de su cadena de suministro (diligencia debida) y el control del contenido en carbono de sus importaciones (mecanismo de ajuste en frontera al carbono). Adicionalmente, intenta simplificar los requisitos para el acceso a los programas de inversión europeos.

Trump y la competitividad

Poco después de publicar mi último artículo, el presidente Trump impuso aranceles del 25% a México y a Canadá y del 10% a China (curiosa la diferenciación: más aranceles a los socios que a los adversarios). No conviene dejarse engañar: la lucha contra la inmigración ilegal y el fentanilo no eran más que burdas excusas tras las cuales no se sabe si se escondía una mera demostración de fuerza, un intento de forzar una renegociación del acuerdo de libre comercio con México y Canadá (USMCA), o simplemente una prueba a ver qué pasaba. La reacción de los afectados fue muy distinta: Canadá anunció la imposición de aranceles equivalentes y restricciones a minerales estratégicos, mientras que México (más vulnerable) sugirió una negociación. Tampoco conviene dejarse engañar por el anuncio al día siguiente de la suspensión de la subida arancelaria durante un mes: lo hizo a cambio de ridículos anuncios de un mayor control en frontera (controles que, por otro lado, ya estaban previstos), es decir, con otra burda excusa. Con posterioridad ha anunciado un arancel generalizado (que, por primera vez, afecta a la Unión Europea) del 25% sobre el aluminio y el acero, así como el estudio de incrementar los ya existentes contra automóviles, productos farmacéuticos y chips informáticos. El hombre-arancel amenaza de nuevo.

El hombre-arancel

En Estados Unidos es habitual que los presidentes entrantes hagan referencia en su discurso de toma de posesión a un antiguo presidente, con el que se identifican o al que usan de modelo. Donald Trump sorprendió homenajeando a William McKinley, el 25º presidente, que gobernó entre 1897 y 1901 y fue asesinado poco antes de terminar su mandato. McKinley, uno de los precursores del marketing político y durante cuyo  mandato surgió el concepto de “prensa amarilla”, se hizo famoso por, entre otras cosas, declararle la guerra a España para ocupar las colonias españolas de Cuba y Filipinas (con el pretexto del hundimiento del acorazado Maine, a sabiendas de que había sido un accidente y no un atentado español), por engañar a los filipinos (a los que había prometido la independencia si se rebelaban contra los españoles) y quedarse como potencia ocupante (según él, Filipinas no estaba preparada para la democracia), o por defender el uso masivo de aranceles proteccionistas (se hacía llamar  Tariff man, “el hombre arancel”, denominación que Trump ha hecho suya). Todo un referente, vamos.